domingo, 25 de noviembre de 2007

Creía que las naves volaban más rápido, pero me di cuenta el día que te fuiste, que no es así. Han pasado días largos como ese día, han pasado semanas y se ha completado el mes.

Ha sido como que aún estuviésemos despidiéndonos, como que aún podría decirte que no fueras por todas esas cosas que no querías que yo supiera. No puedo entender lo que me decías, hablabas como si no fueses tú, y yo tenia que escuchar como si no fuera yo ¿Qué tendría que haber escuchado? Tú estabas arriba de tus pies, hablándome, queriendo disculparte por algo que no tenía que disculparte, sino no escucharte.

Las naves no vuelan tan rápido, un mes que te fuiste, pero aún no veo tus huellas en este camino. Un mes y hubiese querido perdonarte, pero es inútil pensar que regresarías si lo hiciera. Solo tú y la tierra saben que hoy yo estoy aquí, mirando hacia mi espalda, tratando de comprender lo inútil. Si yo pudiese comprender el movimiento casi imperceptible de la tierra y las naves, las cosas serian como siempre las cuentan y nos hacen ilusión.

Simón, comiéndose sus uñas, hablaba en voz alta como si todo el mundo lo escuchase. Miraba hacia el cielo como pidiéndole que le prestara atención.

Simón aún no podía entender lo que había pasado con su novia.

Hace un mes había partido en un vuelo hacia París, el cual había caído diez minutos antes de llegar.

Le habían comunicado la noticia un día como hoy, el cielo estaba despejado, el sol había salido temprano y había una suave brisa. Nunca pensó que aquel viaje sería para siempre.

Ella tuvo que volar por una beca de perfeccionamiento, sin saber tampoco, el fatídico destino que tendría.

Simón no contenía la frustración hacia el mundo, balbuceaba sus lamentos, reprochaba a quien sabe quien, el miedo, la incomprensión, la angustia, tomaban posesión completa de todo lo que salía de su boca.

No podría comprender lo que sucedía, caía en un circulo vicioso, que solo hacia afianzar sus sentimientos.

Sonaban y sonaban sus palabras acompañadas del ruido del viento en los árboles, los pájaros, los autos en el pavimento y su soledad.

Recordaba sus días con Matilda, esos días inmensos, esos días llenos de sonrisas, cuyos sonidos, vistas, perpetuarían en su memoria.

Matilda era todo lo que él necesitaba, sus deseos más profundos, su apoyo incondicional, sus ojos, su pelo, sus cálidas manos, sus días en los campos, sus brazos en invierno, sus caricias en consuelos, su compañía en la inhóspita ciudad, su amor.

La soledad que embargaba a Simón era comprensible, sus días, sus acciones, todo era en torno a su relación con Matilda.

¿Qué fue lo que hice? ¿Por qué la dejé ir? Si hubiese sabido que el mundo me castigaría así, hubiese subido yo a ese maldito avión. ¿Por qué? ¡¿Por qué ella?! ¿Qué debiese hacer? Mi futuro ha sido cortado, degollado, convertido en nubes. ¿Dónde podré ir, sin necesitarla? ¿La Tierra se apiadará de mi soledad? ¿Cómo podré caminar otra vez, sin hundir mis pies debajo de la tierra? Todo de mi ha sido mutilado, incinerado. Yo fui muerto dentro de aquel avión, yo volé, yo extrañaba ver mis árboles, yo quería volver para ver todo lo que había dejado, yo esperaba visitas en mi nueva ciudad, yo no soportaba que no estuvieses, yo tendría que haber caído.